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La raíz y el río: el viaje de Andrea Cote, poeta Uniandina

Andrea Cote escribe desde la raíz y el silencio. Alumni Uniandes de Literatura, su voz ha cruzado ríos, idiomas y fronteras. Su obra, premiada en Colombia y el mundo, refleja el orgullo y la fuerza de una Uniandina que siempre vuelve al origen.

Hay quienes escriben desde el silencio, y otros que escriben desde la raíz. Andrea Cote Botero lo hace desde ambos lugares: desde la memoria del río Magdalena que la vio crecer y desde los silencios que ha habitado lejos de Colombia, entre los desiertos de Texas y las voces que enseña a encontrar su propio ritmo en otro idioma.

 

Desde El Paso, Texas, conversa con Alumni Uniandes sobre su vida, como quien vuelve a recorrer un paisaje conocido: con asombro, con ternura y con una nostalgia que no estorba, sino que acompaña.
“Yo vine por un año y ya llevo diez”, dice sonriendo. “Así es la vida. Uno cree que la escribe, pero no”, comenta.

 

Han pasado más de dos décadas desde que Andrea se graduó del pregrado en Literatura en la Universidad de los Andes, en 2004. Desde entonces, su voz ha cruzado ríos, desiertos e idiomas, hasta convertirse en una de las más reconocidas de la poesía latinoamericana contemporánea. Su más reciente premio: el XXIV Premio Casa de América de Poesía Americana, la confirma como una autora que escribe desde la raíz hacia el mundo.

 

Andrea ha construido una obra que suena a tierra, a río, a migración y a resistencia. Poeta, ensayista, traductora, profesora y, sobre todo, observadora de los detalles invisibles del mundo. Hoy es la Directora de la Maestría en Escritura Creativa Bilingüe en la Universidad de Texas, un espacio fronterizo donde, como ella dice, “nadie enseña desde arriba: todos descubrimos juntos lo que todavía no existe”.

 

La escritura como regreso

 

Andrea nació en Barrancabermeja, una ciudad moldeada por el calor, los valles alrededor del río Magdalena, la crudeza de la vida petrolera y el paso del conflicto armado. De allí, dice, viene todo: su manera de mirar el paisaje, su sensibilidad ante la pérdida, su insistencia en nombrar lo que se derrumba.
“Yo siempre vuelvo al río”, confiesa. “Mi raíz está ahí, en esa tierra agrietada, en ese calor que lo envuelve todo. Cuando tuve que dejar mi ciudad, entendí que el desarraigo también era una forma de pertenencia”, comenta.

 

Esa tensión entre el arraigo y la distancia recorre sus libros de poemas, en todas hay un hilo constante: la búsqueda de una voz que traduzca la memoria, el cuerpo y la tierra en un mismo lenguaje.

 

La mirada desde Los Andes

 

Cuando habla de su paso por la Universidad de los Andes, lo hace con gratitud, “fue mi primer hogar intelectual”, recuerda. “Me formé enseñando allí mismo, y aprendí que el aula era un lugar de comunidad, no de jerarquía”.

 

Una beca la llevó a Bogotá y la acercó a las aulas donde enseñaban Gretel Verne, Amalia Iriarte, Piedad Bonnett, Mario Barrera, y muchos más a quienes admiró. Allí empezó a descubrir que la literatura no era solo lectura, sino una manera de entender el mundo. “Yo venía de provincia, no tenía carro, ni libros propios, así que me apoyaba en mis amigos. Nos quedábamos hasta tarde hablando de literatura, enamoradas de personajes que solo existían en los libros. Fue una época intensa, hermosa. Yo vivía en la Universidad, literalmente” menciona. “Todavía nos recuerdo ahí, entrando jóvenes al salón donde Claudia Montilla nos enseñaba a leer los tiempos verbales de la primera página de cien años de soledad”.

 

Recuerda con claridad el aula donde se hablaba de Platón y de la expulsión de los poetas de su República. Ese eco, dice, todavía la acompaña cada vez que entra a clase: “Repito las mismas palabras que escuché de mis profesoras en Los Andes. Sigo volviendo a ese salón, aunque el tiempo haya pasado”.

 

Y cómo no volver, si en esos pasillos también conoció a quienes luego serían parte del mapa literario y académico del país: editores, profesores, escritores. Una generación que compartía lecturas, sueños, y la sensación de estar encontrando su lugar en la palabra.

 

Hoy, después de años fuera del país, Andrea sigue considerándose una escritora colombiana en la diáspora. “Leo a mis colegas, los escucho, y entro al país a través de sus historias. Es mi forma de seguir estando, aun cuando no estoy”, dice.

 

La poesía como oficio y destino

 

“Como dice la poeta peruana, Blanca Varela: Yo no escogí la poesía, la poesía me escogió a mí”, dice Andrea recordando sus primeros versos escritos de niña, en Barranca. Desde entonces, escribir ha sido para ella una forma de existir, una práctica que no se detiene aunque cambien los paisajes.
“Soy madre, profesora, traductora… escribo cuando puedo. Pero siempre vuelvo a ese espacio íntimo de la escritura, donde uno conversa con lo que todavía no existe” cuenta.

 

Su proceso creativo ocurre entre caminatas al aire libre, lejos del ruido, observando el desierto de Chihuahua; ese paisaje que describe como “maltrecho, roto, pero lleno de una belleza secreta”. Allí, entre minerales y piedras, encuentra una meditación que luego se transforma en palabra. “La naturaleza es mi religión”, confiesa. “Caminar y escribir son, para mí, casi lo mismo”.

 

Su primer libro, Puerto calcinado (2003), nació de la necesidad de nombrar lo que se desmorona: el territorio, la infancia, la tierra. Lo escribió cuando aún vivía entre clases y trabajos, buscando espacio para escribir. Ese libro la llevó a ganar el Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado, y desde entonces su voz no ha dejado de crecer.

 

Le siguieron diversas obras, entre ellas: La ruina que nombro, En las praderas del fin del mundo y, más recientemente, Querida Beth, obra con la que ganó el prestigioso Premio Casa de América de Poesía Americana, uno de los reconocimientos más importantes del continente. 

 

Una voz que cruza fronteras

 

Sus poemas han sido traducidos a más de diez idiomas y han viajado mucho más lejos que ella. En ese ir y venir entre idiomas, Andrea ha encontrado una nueva forma de habitar el español: “Vivir fuera de Colombia fue también aprender a aferrarme a mi lengua. A no soltarla, incluso en medio del silencio” menciona.

 

A lo largo de su carrera ha recibido múltiples reconocimientos: el Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado (2003), el Premio Internacional Puentes de Struga (2005), el Cittá di Castrovillari Prize (2010), el International Latino Book Award (2020), El Premio Casa de América de Poesía Americana (2024), entre otros. Pero más allá de los galardones, Andrea los ve como puertas que se abren hacia nuevos territorios. Dice que, “Los premios son invitaciones al diálogo, maneras de entrar en conversación con otros mundos”.

 

En Estados Unidos, ha logrado un lugar sólido dentro del panorama literario, no solo como autora sino como formadora de nuevas generaciones de escritores. “El aula es una comunidad donde todos estamos tratando de escribir lo que aún no sabemos que tenemos dentro. Enseñar es descubrir juntos el futuro”.

 

Escribir para volver

 

Su poesía, nunca deja de regresar: a la infancia, a la tierra, a las mujeres migrantes que llevan su hogar en la memoria. En su libro más reciente, Querida Beth, inspirado en la historia de su tía, Andrea explora justamente ese territorio del exilio, la familia y la transformación. “La migración y el cambio climático son los grandes temas de nuestro tiemp. Pero la poesía permite mirarlos desde lo íntimo, desde una sola historia que puede abrir muchas más”, explica. 

 

Cuando se le pregunta qué consejo daría a los jóvenes escritores, sonríe:
“Les diría que se contaminen. Que crucen fronteras entre disciplinas, que no teman aprender de otros mundos. El futuro no está escrito, y nosotros, los que trabajamos con las palabras, tenemos que imaginarlo otra vez”. Y en esa frase, como en su obra entera, vuelve a brillar la misma convicción que la ha guiado desde el principio: la poesía no se escoge, la poesía ocurre.

 

En sus versos conviven la migración, la memoria y la tierra. En su historia, el camino de una poeta que, sin importar dónde esté, sigue volviendo, como el agua, al origen.

 

Andrea Cote Botero - Poeta Alumni Uniandes